Regreso a Vilacaya
Volvimos a
Vilacaya, después de un largo tiempo vivido afuera, y con mucha tristeza
percibimos que la situación estaba muy delicada: no había llovido en todo el
tiempo en que, normalmente, debería llover. Nos dimos cuenta en seguida: no
había pasto en las colinas, y en nuestro jardín las dalias no crecieron, apenas
brotaron. ¿Qué hacer? La verdad que sin agua no se puede vivir, y cuando lo se
experimenta en la propia piel, entonces se entiende qué significa vida y qué
significa muerte.
“La
situación está muy triste” nos dicen varias personas. Otras pasan por la casa y
se despiden: “Voy a buscar trabajo a la ciudad”. Muchos dejan los hijos para
que sigan los estudios. Los otros que quedan son los ancianos. Nuestra
presencia en Vilacaya, en este año, será para cuidar a los pequeños (los
pobres) que han quedado, tratando de darles ánimo y consuelo.
A fines de
febrero llovió, y esta lluvia trajo esperanza y un poco de descanso. Pero casi
no hay cosecha, y seguramente muchos tendrán que buscar trabajo en otro lugar.
Por lo menos que haya agua suficiente para los que quedan.
Seguimos
pidiendo el don de la lluvia: las comunidades siguen rezando, implorando el don
del agua y les pedimos que se unan a todos nosotros, pidiendo el don del agua
para la tierra sedienta.
Regreso a Vilacaya
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