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Misioneras de la Consolata en Argentina y Bolivia
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Regreso a Vilacaya

Volvimos a Vilacaya, después de un largo tiempo vivido afuera, y con mucha tristeza percibimos que la situación estaba muy delicada: no había llovido en todo el tiempo en que, normalmente, debería llover. Nos dimos cuenta en seguida: no había pasto en las colinas, y en nuestro jardín las dalias no crecieron, apenas brotaron. ¿Qué hacer? La verdad que sin agua no se puede vivir, y cuando lo se experimenta en la propia piel, entonces se entiende qué significa vida y qué significa muerte.


“La situación está muy triste” nos dicen varias personas. Otras pasan por la casa y se despiden: “Voy a buscar trabajo a la ciudad”. Muchos dejan los hijos para que sigan los estudios. Los otros que quedan son los ancianos. Nuestra presencia en Vilacaya, en este año, será para cuidar a los pequeños (los pobres) que han quedado, tratando de darles ánimo y consuelo.


A fines de febrero llovió, y esta lluvia trajo esperanza y un poco de descanso. Pero casi no hay cosecha, y seguramente muchos tendrán que buscar trabajo en otro lugar. Por lo menos que haya agua suficiente para los que quedan.

Seguimos pidiendo el don de la lluvia: las comunidades siguen rezando, implorando el don del agua y les pedimos que se unan a todos nosotros, pidiendo el don del agua para la tierra sedienta. 
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