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Hna Irene: acompañando a los jóvenes

Se llamaba Wangui, la sobrina del gran jefe Wambogo, residente en el pueblo a los pies de la colina de Gikondi. Era una especie de "reserva" protegida donde nadie tenía contacto con los cristianos; quizás debido a ciertos intereses del jefe con los protestantes, quien quisiera instruirse prefería ir a Tumutumu. La hermana Irene pasaba todos los días entre esa gente, saludaba a todos con una sonrisa, sin que  ninguno le respondiera a causa de una orden del jefe que nadie se atrevió a discutir. Wangui se comportaba igual; aun así, la hermana Irene lograba sorprenderla y entonces le hablaba de Dios, de Jesús, le enseñaba el Padre Nuestro.

Pasaron los años y Wangui comenzó la vida de las jóvenes solteras: fiestas, bailes nocturnos, lindos vestidos, brazaletes y perlas para un matrimonio que se anunciaba cercano. La acompañaba una prima, Wanja, a quien amaba muchísimo. Sucedió que ésta cayó gravemente enferma y murió. La hermana Irene apenas tuvo tiempo de bautizarla antes que abandonaran el cadáver en el bosque. Para Wangui fue una tremenda pérdida; el sólo recuerdo de su amiga le ocasionaba un llanto interminable.



Un día, habiéndola encontrado, la hermana Irene trató de consolarla con las palabras de la esperanza cristiana. Le dijo que Wanja, había muerto pero para ella la vida continuaba en un lugar donde todos eran  felices, porque había recibido el bautismo. Agregó que ella iba a rezar al buen Dios para que la confortara y le sugirió que hiciera lo mismo, por lo menos con la señal de la cruz.

Después de un año, fue Wangui quien se enfermó. Los suyos decidieron llamar al hechicero para los conjuros usuales, pero la chica les rogó que buscaran a la hermana Irene. Era de imaginar la ira de los familiares, en cuya casa nunca había entrado una monja católica. Pero la enferma se mantuvo firme y ellos debieron ceder porque, según razonaron, a los que van a morir no se les niega el último deseo.

Wanguile pidió insistentemente a la Mware que la bautizara de inmediato. La hermana dudó, por falta de un proceso previo de catequesis. Pero la muchacha le rogó, asegurándole que si se recuperaba, ella iría a la misión desafiando la hostilidad del tío y de sus familiares. Al final la hermana Irene le administró el bautismo dándole el nombre de Secondina. Sin los brebajes del hechicero, sólo con la medicina de los misioneros, se sanó. Fiel a su promesa se inscribió en el catecumenado desafiando las maldiciones y la ira de los familiares por lo que ellos consideraban una "traición". Para demostrar que su elección era irrevocable, Secondina-Wangui se quitó anillos, pulseras y collares enterrándolos en un pozo. Estaba decidida a vivir como cristiana.

La misión se estaba convirtiendo en su casa y cuando la hermana Irene iba a las villas, ella la acompañaba. La consideraba como su mamá, porque ella era huérfana y no había conocido a su madre.
El jefe Wambogo, que durante años había establecido su residencia en Gatitu y regresaba ocasionalmente a su aldea, ignoraba todo esto. Cuando se enteró de la conversión de Wangui al cristianismo, primero le envió mensajes ordenándole que abandonara la misión. Como ella no obedeció, fue él en persona a Gikondi. Mientras la iglesia se preparaba para celebrar la misa, él ordenó a sus guardias raptar a la pobre chica que se resistía gritando. De nada sirvieron las corteses palabras de la hermana Irene para hacerlo desistir. La única arma posible era la oración. Y la Sierva de Dios oró por mucho tiempo, como si estuviera al lado de Secondina en su lucha contra una tradición hostil.



Wambogo, tenía la intención de darle un marido a su sobrina. Pensó que lo lograría con facilidad, pero al encontrarse con la terquedad de ella, la hizo encerrar en una cabaña. En la noche la joven logró escapar. Dos días más tarde fue encontrada por los guardias y devuelta al jefe, que la castigó hasta sangrar. Nada se podía hacer. Wangui pidió ser juzgada por el Consejo de la aldea, comenzando una huelga de hambre en la llamada "choza sagrada" donde había sido segregada. Fue la suya una jugada inteligente si la encontraban muerta en esa cabaña, según las creencias tradicionales el pueblo entero se contaminaría. La joven pasó toda la noche en oración. Finalmente al alba se acercó su tía diciéndole que el jefe la dejaba libre de cumplir con sus deseos. Secondina llegó pronto a la misión, donde la estaba esperando la hermana Irene; ella también había pasado la noche rezando. Todo terminó en un emotivo abrazo.


Secondina recibiría el bautismo junto con Thirò en la vigilia de Navidad de 1928, y luego entraría en el convento de las Hermanas africanas de María Inmaculada para no salir nunca más. Al confiar esa decisión a su "mamá", le prometió que rezaría con ella ante el altar pidiendo al Señor la gracia de llegar a ser "como la hermana Irene".

del libro "El EVangelio de la sonrisa"
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