La misión
Ya falta poco y estamos en
el mes de las misiones: no todos saben que uno de los primeros en querer un día
específico para sensibilizar el pueblo de Dios al tema misionero fue el Beato
José Allamano, hace un siglo.
en Guinea (Africa) |
¿Por qué?
Nuestro Beato tenía en el corazón, desde su juventud, un deseo grande de salir
para las misiones, sabiendo que en el mundo muchísimas personas aún no habían
conocido a Jesús Cristo, sentía urgente el anuncio del Evangelio a los no
cristianos.
en Mongolia (Asia) |
Juan Pablo II escribía en 1990: La misión de Cristo Redentor, confiada
a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio después
de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se
halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías
en su servicio. Es el Espíritu Santo quien impulsa a anunciar las grandes obras
de Dios: « Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más
bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mi si no predicara el Evangelio! »
(Redemptoris Missio, 1)
Y Papa
Francisco repite en el tercer milenio:
Fiel al modelo del Maestro, es vital
que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares,
en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio
es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie. (Evangelii Gaudium, 23)
en Liberia (Africa) |
Dos
Papas que nos invitan a ir más allá de nuestras fronteras, un Fundador y
formador de misioneros que nos decía: “Dios les ha dado la vocación más grande,
pues es la misma vocación de nuestro Señor Jesucristo, misionero del Padre”.
Escuchemos
ahora unos pensamientos del Beato José Allamano que nos ayudan a vivir la misión
en cada momento de nuestra vida y en cada lugar:
Ustedes
tienen que ser misioneros en los pensamientos, en las palabras y en el corazón.
Para ser
apóstoles es necesario tener fuego en el corazón. El tibio, el que no es frío
ni caliente, nunca hará nada en la vida. El que no arde de este fuego divino,
nunca podrá ser misionero.
Estamos
llamados a amar a Dios para hacer bien el bien. Todo el bien posible y de la
mejor manera. Cuanto más amemos a Dios, tanto más seremos santos misioneros. La
medida de nuestra perfección es el amor.
No debemos pensar sólo en nuestra santificación,
sino también en la de los demás. Tenemos que estar dispuestos a hacer cualquier
sacrificio, diciendo: ". Todo lo hago por el Evangelio. Todo, todo. Me
quiero sacrificar. Me donaré totalmente.
El amor al prójimo debe ser un estimulo para
trabajar por la salvación de todos los hombres. No debe haber espacio para la
apatía y la indiferencia, sino ardor por la salvación de las almas. Dios quiere
la salvación de toda la humanidad y pide nuestra colaboración. Tengamos siempre
presente estas verdades y transformémoslas en vida de nuestra vida.
No debemos entristecernos si nos quitan obras,
misiones o parroquias, para ser entregadas a otros misioneros. ¿Qué importa? Lo
importante es que el Evangelio sea anunciado.
La misión
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