Beata Irene: maestra y apóstola en Gikondi
Sigue el cuento de la vida de la Beata Irene. Hoy presentamos su regreso de los campos militares y su principal apostolado en Gikondi
Llegada a Gikondi, la hermana Irene junto con la hermana
Gabriella reemplazaron a las dos religiosas del Cottolengo, las hermanas María
Carola y Ciriaca, valientes pioneras de las misiones en Kenia, que fueron
transferidas a Meru.
A
la hermana Irene le tocó ocuparse de la escuela. Tenía los requisitos si bien
no poseía un diploma de habilitación, "Poseía -ha testimoniado el padre
Gillio- más instrucción que la ordinaria en todas las materias escolares.
Además de la lengua nativa de los kikuyu conocía
muy bien el kiswahili y discretamente
el Inglés. Tenía también óptimas disposiciones didácticas, una mano velocísima
para escribir y una caligrafía realmente espléndida". Sin embargo, ella se
sentía "totalmente incapaz" y para mejorar sus conocimientos había
participado en un curso de actualización de tres meses en Nyeri.
Al
hablar de escuelas no se piense, al menos inicialmente, en las escuelas
europeas. Y al hablar de alumnos de la misión, se debe incluir a personas de
todas las edades que estaban interesadas en instruirse. Los más jóvenes
especialmente, una vez que contaran con un título de instrucción elemental,
podrían encontrar un empleo también en los servicios del gobierno. Sin embargo
la afluencia era escasa, al menos al principio, porque la desconfianza por
parte de los padres hacia algo que no era el trabajo en los campos era alta.
Habían también algunos que se declaraban dispuestos a enviar a sus hijos a la
misión a cambio de algo de dinero: un centavo al día, un tanto por semana, y
así sucesivamente.
La
primera ronda de la hermana Irene por los pueblos para reunir alumnos fue
decepcionante: se habló de esto durante las reuniones habituales de la noche,
pero se decidió que había que seguir adelante, siendo este uno de los caminos
obligados hacia la evangelización, y de centrar la acción especialmente en los
jóvenes. El padre Gillio estaba convencido de que, al continuar sembrando, los
frutos llegarían aunque no inmediatamente. A partir de los informes
trimestrales elaborados por la hermana Irene y enviados al vicariato de INERHI
resultó un número bajo de inscriptos en la escuela: sólo 48 en 1920. Luego
llegó a 70 y posteriormente al número máximo de un centenar, en una región
donde los niños en edad escolar eran varios miles.
Apenas
en Gikondi se extendió el rumor de la llegada de una nueva
"maestra", un grupo de jóvenes acudió a la choza que servía como aula
para ver qué cara tenía y cómo se las arreglaría. Intuyeron de inmediato que
era una "principiante"; ella no se dejó influenciar y mirándolos
fijamente a los ojos, trató de buscar ese mínimo contacto personal que se
requiere para establecer una verdadera comprensión y conocimiento recíproco.
Pronto se dio cuenta de que los obstáculos a superar no eran pocos: en ese
grupo estudiantil se mezclaban, sin orden ni frecuencia estable, personas
mayores, jóvenes y niños, cuyo desarrollo mental era totalmente diferente y
estaba vinculado a prejuicios tribales. Superado el primer momento de
curiosidad, varios desaparecieron, también porque eran varios los padres que se
oponían por necesitar a los más jóvenes para el pastoreo (por costumbre
confiado a los chicos); por esto la asistencia correspondía a menudo a la mitad
de los inscriptos. Un día se presentó a la escuela un solo alumno: la Sierva de Dios permaneció
igualmente en su lugar, convencida de su deber: dar la lección.
Al
principio, los horarios eran limitados. La hermana Irene enseñaba durante una
hora en la mañana, dedicando el resto del tiempo a la catequesis. Luego, como
resultado de nuevas regulaciones del gobierno, la duración de las lecciones se extendió.
Esto obligó a la hermana Irene, en 1928, a renunciar a las visitas a las villas.
Hay datos estadísticos que ayudan a comprender mejor: en el cuarto trimestre de
1920, las lecciones dadas por ella fueron 198; en el segundo trimestre de 1925
se habían elevado a 464 con 8 lecciones por día, para llegar a la cantidad de
722 un año más tarde, con un promedio de 11 lecciones por día, y en el tercer
trimestre del1928 a un pico máximo de 902, con una media de quince lecciones
diarias.
La
jornada de la hermana Irene estuvo marcada por dos compromisos: la escuela en
la mañana y las visitas a las villas por la tarde para ocuparse de las mujeres,
de los enfermos y de los catecúmenos. Por la mañana, después de las habituales
prácticas de piedad, reunía a los chicos y, hecha la señal de la cruz, comenzaba
la "lección". En esa época, no existían programas gubernamentales
para la educación; la iniciativa quedaba en manos de los misioneros. Para abrir
un centro educativo era suficiente el consentimiento de los jefes del pueblo,
confirmado por la administración civil. Así era también para la apertura de la
misión cuando, en 1903, monseñor Perlo se puso de acuerdo con el jefe Wambugu y
con el Comisario del Gobierno inglés, el Dr. Hindle.
Hay
que aclarar que la de Gikondi no era la única escuela cristiana; a una docena
de kilómetros de distancia, en Tumutumu, se encontraba un importante centro
protestante, fundado por la Iglesia presbiteriana
escocesa y animado por la señorita Marion Scott Stevenson, cuya vida tuvo
muchos paralelismos con la de la hermana Irene. Nacida en 1871, veinte años
antes de nuestra Beata, desde pequeña se había sentido llamada al servicio
misionero. A pesar de haber sufrido durante una década por una enfermedad
contraída en su periodo de estudios, había llegado a Kenya en 1907 Después de
la formación necesaria, desde 1912 hasta su muerte, se dedicó al apostolado
entre las mujeres, muriendo pocos meses antes que la hermana Irene, el 14 de
junio de 1930. La gente la llamaba "nuestra madre",
"nuestra hermana" "Amiga de las mujeres."
En
ese tiempo, aún no se hablaba de ecumenismo; había más bien emulación que
colaboración entre las diversas denominaciones cristianas. Sin embargo, la hermana
Irene también fue capaz de establecer rápidamente relaciones cordiales con
algunos maestros de la
Tumutumu , entre ellos, la señorita. Dada su larga experiencia
en esas tierras, se podría aprender mucho de ellos sobre los métodos de
enseñanza, los problemas educativos y las dificultades comunes para superar.
Con su sonrisa que inmediatamente inspiraba simpatía, no dudaba en ir a
visitarlos en sus casas, disipando prejuicios y hostilidades. Los invitaba a
visitar la misión; algunos fueron con gusto a Gikondi, quedándose incluso para
asistir a las funciones. Era la estrategia de la amistad que siempre da frutos.
En el fondo, decía la hermana Irene, todos trabajamos para llevar almas a
Cristo.
Del libro: "Evangelio de la Sonrisa"
Beata Irene: maestra y apóstola en Gikondi
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