Hna Irene: secretaria de los pobres y corazón de mamá
Papa Francisco dice a menudo a los consagrados:
“¡Nuestro tiempo no es para nosotros! Es consagrado a Dios y a los hermanos”.
La Beata Irene bien lo sabía, y lo practicaba hasta lo extremo: todo el día
corría al encuentro de los hermanos necesitados y a la noche, cuando todos
dormían, dedicaba las horas del descanso a la escritura de cartas que sus hijos
kikuyus le pedían de escribir.
A un
cierto punto, habiendo entrado en confianza con ella, muchos padres empezaron a
pedir a Hna Irene que les escribiera a sus parientes emigrados a Nairobi, a
Kisumu, a Mombasa en busca de trabajo. En la década entre 1920-1930, se
verificó un éxodo masivo de trabajadores del interior hacia la ciudad. También
los cristianos y catecúmenos de Gikondi partían en grupos de dos, tres y cuatro
a la vez. Al saludarlos, la hermana Irene los ponía en guardia aconsejándoles
que supieran defenderse de las malas compañías, del abuso de bebidas
alcohólicas y del riesgo de las grandes ciudades.
De vez en
cuando, ellos escribían a sus casas para informar a los suyos sobre su nueva
condición; pero muchos parientes no sabían leer ni escribir y preferían que
fuera la hermana Irene quien les descifrara esas líneas (de otros confiaban
menos...). Como después había que responder, seguía siendo ella, la "Mamá",
la que comunicaba a los parientes lejanos las noticias que los familiares les
daban.
No fue
poco el trabajo; antes tenía que escuchar sus historias, después sintetizarlas
por escrito y luego leérselas a los interesados antes de enviar la carta.
¡Cuántas horas después de la cena pasó, la hermana Irene así, curvada sobre su
mesita, para actuar como "secretaria" de esa pobre gente! Para ella,
esta tarea también era una oportunidad para su apostolado. Como conocía también
a los destinatarios de esa correspondencia, nunca dejaba de añadir alguna
recomendación, un saludo, una exhortación a comportarse como buenos cristianos
y a no olvidar las oraciones. A veces, si llegaba a saber que alguno se había desviado, lo
regañaba y suplicaba. Una particularidad importante: de cada carta, la hermana
Irene preparaba siempre el borrador, para asegurarse que las palabras fueran
las correctas, que no ofendieran al interlocutor, aun cuando le ponía el dedo
en la llaga. Siempre era la pedagogía del amor la que guiaba su pluma.
El 7 de
mayo de 1929, por ejemplo, partió una carta firmada por Lucy Wambui, una mamá
cristiana que tenía a su hijo lejos. Vale la pena gustarla en toda su frescura
y calidez humana:"Andrea, hijo mío amadísimo, alabado sea Jesucristo!
Recibí tu carta; no tuve tiempo para responderte antes, porque por desgracia,
sigo con las habituales tribulaciones. Ahora estoy enferma y deseo que tú ores
a Dios por mí lo más que puedas. Si luego pudieras enviarme lo que me dijiste,
yo realmente lo necesito".
Hasta
aquí las noticias. Pero más adelante se advierte la mano de la hermana Irene:
"Querido hijo mío, persevera en nuestra santa religión; difúndela ya sea
con la buena conducta como con las palabras. Me dijeron que estás trabajando
como picapedrero y estoy contenta. Ofrece tu fatiga a Dios con fervor cada día,
de modo que no seas sólo un buscador de dinero. En este mes de Mayo reza con
frecuencia el Rosario y esfuérzate en no cometer ni el más leve pecado.
Permanece en el Corazón de Jesús donde yo te dejo. Yo, Lucy Wambui, tu madre en
el Señor"
A sus
exalumnos la hermana les escribía directamente, esperando con ansia sus
respuestas; sabía por experiencia que si se interrumpía la correspondencia, el
interlocutor lejano estaba perdido. Sus cartas a veces eran solo unas pocas
líneas, pero siempre eficaces. ¿Alberto había tardado en enviar sus noticias
después de su partida? Ella lo seguía con expresiones preocupadas, pero
afectuosas, "Si supieras -le escribe- cómo te han buscado tus seres
queridos, cuánto han rezado al Señor y cómo están de afligidos todavía. Ten
cuidado de no volver a hacerlo otra vez; escribe a menudo e infunde ánimo a tus
sus familiares. Sé sabio, piensa en tu alma, porque no sabemos en qué momento
Dios nos llamará. Mi querido Alberto, compórtate bien. Trata de contentar a tu
padre y así alegrarás el Corazón de Dios".
Inmediatamente
después de las preguntas esenciales, la hermana Irene introducía un pensamiento
sobre la fe. A Mothoni que llegó a Nairobi, le recuerda lo que le había
repetido muchas veces: "Muchos van a Nairobi, giran de aquí para allá y no
pueden encontrar trabajo. ¿Qué están buscando? ¿Dónde duermen? Mira al Cielo y
recuerda que solo allá tendrás el premio o el castigo según tus obras...
".
Se le
informa que tal persona, se está perdiendo a causa de las malas compañías y de
la obsesión por el dinero: "He oído decir, -le escribe- pero tal vez se
trata de una calumnia, que estás perdiendo tu alma y que pones en riesgo también
la de tus hijos [...]. Quiero que vuelvas antes de que sea demasiado tarde,
antes de que pierdas todas las gracias de las que Dios te ha colmado. Tú buscas
la fortuna y pones en peligro las almas de tus seres queridos. La alabanza y la
gloria que nos pueden venir de los hombres no sirven para nada aquí en la
tierra, y mucho menos para el cielo. Sólo las buenas obras son nuestra gloria y
nuestro gozo".
Un
maestro de catecismo había dejado de asistir a la iglesia. La hermana le dice:
"Estos tus malos ejemplos no están bien. Te ruego que te detengas.
Recuerda que tú eres un maestro. Tus muchachos te están observando. Cuando
después tu debas darles algún consejo, no te escucharán más porque sabrán que
tú también haces lo mismo, y perderán la fe". Le aconseja que ore a la Virgen asegurándole que
también ella lo hará.
¿Hay
algún otro que aún trabajando con empeño encuentra dificultades? Ella lo
exhorta a no ceder, y añade: "Ahora no pruebas el gusto en el trabajo,
pero persevera y disfrutarás más tarde. Recuerda que la semilla de la Palabra de Dios nunca se
pierde. Ruega por mí... ".
(del libro "El Evangelio de la sonrisa" por Carlos Montonati)
Hna Irene: secretaria de los pobres y corazón de mamá
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