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Misioneras de la Consolata en Argentina y Bolivia
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Un familia misionera/2: hoy nuestra vida es misión

Sigue el lindo testimonio de la Familia Gómez, con el aporte de los hijos Pablo y Natacha 

Hoy nuestra vida es misión… y la misión es nuestro estilo de vida... porque el cambio empezó en cada uno, por gracia de Dios, renovados en la fe, la esperanza y el amor. Somos testigos del amor misericordioso del Padre, de la protección de Ntra madre Consolata y de la intercesión del Padre Allamano, . quien nos guía y por María nos muestra el camino, para que sea la voluntad de Dios y no la nuestra en todo y en todos. Y este tesoro lo llevamos y lo vivimos en cada momento y lugar: nuestro hogar, la familia, el trabajo, los amigos, en la misión en los barrios, en la animación y formación cristiana, humana, carismática, misionera parroquial y diocesana.

Por pura gracia y misericordia de Dios, la escuela de la vida nos está enseñando la materia principal “el amor” descubriendo en cada hermano al amor de los amores: Jesús presente en cada historia de vida, en cada rostro sufriente, en cada mirada y silencio y en cada cultura. Cada situación de la vida nos enseña a esperar en Dios y a despojarnos de nosotros mismos, aunque cuesta; nos enseña que en la vida “todo pasa, solo Dios basta” (Sta. Teresa de Ávila) por eso es importante la constancia y perseverancia a pesar de las dificultades, sostenidos en la fuerza divina que libera, salva y nos anima a trabajar por el Reino de Dios (Mt 20, 1-2). Pero también nos enseña a poner todo de nuestra parte y esperar todo de Dios, confiados en que Él camina con nosotros y que contamos con su gracia para superar todo obstáculo en el camino hacia la santidad.

Hugo, Mariana y Hna Hannah
Hola. Soy Pablo Gómez, de Formosa. Soy un joven universitario que camina junto a la gran familia de la Consolata. ¿Desde cuándo voy por este camino? Todo comenzó por en el año 2009. Mis padres asistieron a una charla que trataba de misión, allí conocieron una hermana religiosa extranjera llamada Hna Hanna Wambui Ndungu, a quien invitaron a visitar mi casa para conocer la familia. La hermana nacida en Kenya, consagrada a la Congregación Misionera de la Consolata, realizaba su servicio misionero en un pueblo de Formosa: Palo Santo. Fuimos invitados a conocer a las demás hermanas de la Consolata en su casa de Palo Santo, donde por supuesto yo no tenía muchas ganas de ir. En ese entonces yo me preparaba para hacer la confirmación e iba a un grupo de jóvenes de mi comunidad. CONSOLADOS PARA CONSOLAR Fue pasando el tiempo y visitábamos con frecuencia a las hermanas misioneras, ellas nos contaban sobre su congregación: el fundador Beato José Allamano, el carisma, su lugar en el mundo y diversidad cultural que tiene y, sobre la Misión. Sin darme cuenta me fue llamando la atención aquel estilo de vida muy particular, y empecé a participar activamente en el espacio misionero. Tuve la oportunidad de conocer más al resto de esta gran familia formado por jóvenes, laicos, sacerdotes y hermanas. Participé de encuentros, retiros, misiones organizadas por la Consolata. En cada uno de ellos se percibe fraternidad y el espíritu de familia que tanto nos caracteriza. Así fue mi camino, un tanto dudoso al principio, me preguntaba ¿era esto lo que quería? Ahora puedo afirmar esto es lo que quiero: compartir con todos la razón de mi felicidad, ser instrumento de Dios para acompañar a los que me rodean y llevar oídos y brazos abiertos a quienes lo necesiten.


Soy Natacha Gómez, formoseña e hija de L.M.C.( próxima J.M.C.) Conocí la misión hace 7 años con las Hermanas Misioneras de la Consolata, quienes invitadas por mis papás, llegaban a nuestra casa para compartir y conocernos mutuamente. No pasó demasiado tiempo para sentirnos familia, y entre sus visitas y las nuestras a Palo Santo (su lugar de misión) fui aprendiendo de diversas culturas, quién era José Allamano y la Consolata, qué es entregar tu vida a Dios y a la misión, y además vivirlo desde un carisma en el que también comparten jóvenes, laicos, y sacerdotes. Una vida intensa, a veces agotadora, pero que finalmente nos brinda inmensa felicidad. En mi primer experiencia de misión (casualmente fue con una de las hermanas), aprendí que llevar el Evangelio a las personas no es solo leerles un pasaje de la Biblia, o rezar una oración, sino un compartir fraterno para poder transmitir el amor en la forma que necesiten. Lo mejor de esto es que no sólo dejas huellas en aquellas personas que visitas; ellas dejan su huella en vos. Al año siguiente de mi primera experiencia, ingresé al grupo de Jóvenes Misioneros de mi comunidad y, más adelante, me preparé para ser animadora de I.A.M. Tuve la posibilidad de participar en encuentros y misiones desde niveles locales, regionales y nacionales tanto en el ambiente diocesano como en el de los laicos de la Consolata (acompañando a mis papás, quienes aceptaron tal compromiso), y lo que más distingue a estos últimos, incluyendo a los padres y las hermanas, sin duda es el espíritu de familia que poseen, no importa si nos conocemos de 5 minutos o varios años, ellos te reciben con una sonrisa y un gran abrazo; también destaca su misericordia, que es el hacer ejercicio del amor de Dios, algo que ejercitan constantemente. Ahora, como joven confirmada deseo ser verdadera testigo y profeta de Cristo. “¡No podemos callar lo que hemos visto y oído!” (Hech.4, 20).

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